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Cuento de Hadas

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el-guishe's avatar
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Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, una joven y hermosa doncella de dorados cabellos. Ella estaba en la torre más alta que se podría concebir, hace mucho, mucho tiempo. Llevaba mucho, mucho tiempo ahí, desde tiempos lejanos, cuando todo era sólo materia en caos. Ella sabía leer, sabía escribir, sabía muchas cosas. Menos su estadía en la torre más alta que se podría concebir. Muchas cosas podrían decir. Quizá cuando el universo se originó, cuando Dios decidió crearlo todo, creó junto con el mundo a esa torre, teniéndola a ella dentro. Era una de las hipótesis que la doncella barajó. No había nada en la torre, siquiera una muñeca para que ella se pudiese entretener, así que lo único que podía hacer era pensar y observar el mundo a través de la única ventana existente. Vio como una ciudad se erigió en las lejanías, vio cómo se poblaba, cómo los animales y los hombres y mujeres llegaban a ella. Desde ahí lo vio todo, y sin embargo, no podía hacer algo para estar en ese lugar.
Había una cosa que sucedía con ella. No sólo estaba encerrada ahí, si no que también crecía. Ella crecía y crecía, sin detenerse. Todos los días ganaba un pequeñísimo talle. Cada año crecía un poco, aunque apenas ella lo notaba. A pesar de todo eso, ella se mantenía siendo joven, siendo hermosa, siendo de dorados cabellos.
Un buen día ella estaba mirando aquella ciudad desde la torre. Veía un castillo a lo lejos, además escuchaba los clamores de los bronces en la urbe. No podía llegar a la ciudad por sí sola. Tendría que lanzarse al vacío para ello. El suelo estaba demasiado lejos, causaría el fin de su existencia.
Pero había algo que podía hacer. La doncella sabía muchas cosas, fue creada con conocimiento. Entre todo su saber estaba el idioma de la tierra, aquél que los animales hablan. Entonces llamó a un petirrojo desde la ventana de la torre, y esperó. Esperó durante muchos años, hasta que había llegado. El ave se posó delicadamente en el marco de la ventana. Cuando esto pasó, ella se acercó al ave y le susurró a su oído que esparciera el rumor. El rumor de que había una joven y hermosa doncella de dorados cabellos que había sido encerrada cruelmente por un malvado monarca de un lejano y perdido reino.
El rumor decía que ella esperaba a un noble caballero que le salvara de su tormento de la soledad, que le diera una vida fuera de ese infierno.
El petirrojo emprendió vuelo entonces y comentó el rumor entre los animales, hasta que llegó el mensaje a la mente de un trovador. Este trovador cantó la canción sobre la joven y hermosa doncella de la torre, llegando esta canción a los oídos del pueblo. De los oídos del pueblo salió por sus bocas, llegando a los oídos que se ocultaban debajo de resplandecientes cascos de metal, de los caballeros nobles y no tan nobles.
Muchos de ellos se propusieron entonces ir a buscar a la doncella de dorados cabellos. Este mensaje llegó de vuelta a los oídos de la doncella, quien se maravilló al saber que caballeros vendrían a su búsqueda. Sin embargo, pensó en un detalle. Podía darse que llegase un hombre de poca monta a rescatarle, y quién sabe qué atrocidades cometería con ella al ser rescatada de la torre. Decidió a la sazón que debía imponer pruebas a los caballeros que desearan ir a libertarle. Llamó a los árboles a que crecieran, llamó a la tierra a que se abriera. Llamó a la fantasía para que un dragón surgiera, y que una bestia resguardara el bosque que había crecido. Llamó a muchos horrores que se aseguraran de mantener lejos al patán y al impuro, al poco hombre y al débil.
Así entonces llamó todo tipo de dificultades para poner a prueba a los caballeros. Sólo aquél que pasara todos los horrores, las bestias y el feroz dragón, sólo entonces podría pasar por el puente que lleva a la torre. Pero el puente era muy frágil, y sólo aquellos que no tuviesen maldad en el corazón que les haga pesar el cuerpo podrían pasar por él sin que se cayera.
Llegó el primer caballero. Llevaba una armadura oxidada, su palafrén maltrecho y una dudosa reputación sobre su lomo. Aunque blandió su espada con estoicismo, no pudo evitar morir ante las lanzas de los bestiales guerreros que guardaban el paso del bosque.
Llegó el segundo caballero. Una reluciente indumentaria, un hermoso corcel, pero una arrogante personalidad, acompañada de una narcisista forma de ser. Pudo esquivar a los guerreros oscuros, pero sus risas burlescas y el fulgor que se reflejaba de su armadura tan bien cuidada llamó la atención de la bestia del bosque, y acabó con la montura y con el hombre debajo de la armadura.
Llegó el tercer caballero. Llevaba una cota de un poderoso metal, iba sin caballo y sólo con una espada para protegerse. Pasó por los guerreros, la bestia no vio su presencia en el bosque, e incluso dejó al dragón herido, dándole paso al puente. La doncella estaba contenta con el resultado de este caballero, y esperaba a que el hombre pudiese llegar antes de que ella llegase a medir más de cinco pies.
Cuando el caballero llegó frente al endeble puente de madera, notó su estado. Era demasiado que llevase su atavío encima, o si no el puente caería. Se deshizo de todo lo que de metal llevaba, para poner el primer pie. Luego siguió caminando, hasta que llegó al quinto tablón. Éste empezó a crujir, para la tristeza de la doncella. Él intentó caminar más allá, pero sus pies se habían pegado al madero. Aún así intentó despegarse, hasta que el puente cedió ante la presión y el caballero al vacío cayó.
La joven y hermosa doncella de dorados cabellos perdió toda esperanza. Cada caballero que intentaba seguir perdía su vida en algún punto del trayecto. Y los que llegaban llegar al puente, caían al vacío.
Ella siguió creciendo año por año, siglo por siglo. Tanto que quebró el suelo del piso de la torre, tanto que sus pies llegaron a la base de ésta. Siglos esperó ella, y sigue esperando, mirando por la ahora pequeña ventana a que un caballero fuese fuerte, inteligente, astuto y puro.
La joven y hermosa doncella de dorados cabellos esperó y sigue esperando, seguirá esperando todavía, mirando por la pequeña ventana de la torre cómo mil hombres caen por su vanidad.
Español:

Hay muchas moralejas aquí, pero hay una que rescataría.
Hay mujeres que piden demasiado.
También podría decirse que no hay hombre puro, pero prefiero la primera.

English:

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Dibujo:

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Comments13
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one-lex's avatar
Excelente cuento.. y muy buena moraleja...
todas las niñas deberían de leer este cuento en la escuela..
para que se les quite lo exigente y lo "princesitas"....

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